Pieza del mes de mayo de 2018: Cartilla Lacónica de las Quatro Reglas de Aritmética Práctica

Para el mes de mayo, mes en que conmemoramos al maestro en nuestro país, escogimos esta “lacónica” cartilla de 22 páginas, publicada en 1797, porque se trata del primer texto de carácter didáctico publicado por un maestro en el territorio de lo que es hoy Colombia. La cartilla, como lo mencionan los investigadores Martínez, Castro y Noguera (1999, p. 109), “constituye un acontecimiento discursivo sin precedentes para aquel momento, en el que el acto de escribir estaba restringido a una preclara élite, y la circulación de impresos, celosamente controlada por el poder civil y eclesiástico”[1]. Su autor, Don Agustín Joseph de Torres, encarnó el ideal del maestro como intelectual en la medida en que, a pesar de sus precarias condiciones laborales, a pesar de sus “urgencias lloradas” (como él mismo llamaba a su injusta situación que lo mantuvo a lo largo de su vida laboral como una especie de mendigo de un salario), consiguió escribir una cartilla, obtener el permiso para publicarla por parte de las autoridades virreinales y eclesiásticas y, además, financiarla de su propio peculio.

Don Agustín Joseph de Torres, nombrado maestro desde diciembre 13 de 1775, fue el cuarto maestro de la escuela de San Carlos de Santafé, primera escuela pública de la ciudad y de todo el Virreinato. Dicha escuela fue el lugar donde, por más de cuatro décadas, Don Agustín procuró, como él decía, “la más perfecta educación en costumbres, letras e instrucción de la Religión”. Así aparece de su pulso y letra en uno de los expedientes del Archivo Nacional Histórico de Madrid[2], el registro de su voz, como una entre otras de muchos otros maestros que en el Virreinato de la Nueva Granada escribieron, antes que cartillas o materiales escolares, sendos expedientes con los que reclamaban el justo pago de su salario o el aumento del mismo para no perecer ahogados en sus “urgencias lloradas”.

Portada de la Cartilla Lacónica de las quatro reglas de aritmética práctica. 1797

El trabajo de Don Agustín Joseph con su cartilla representa el saber de la aritmética práctica, saber derivado de las necesidades de vida cotidiana de la Santafé colonial con su naciente actividad mercantil en el que la aritmética tenía una función primordial en la resolución de problemas domésticos y comerciales. Como lo señala el propio maestro Torres, la cartilla tenía como propósito que “la puerilidad tenga algunos principios de instrucción en beneficio del bien público” (Torres, 1797, p. 1) dada la escasa instrucción de la gran mayoría de la población en esta materia.

Se conmemora la publicación de esta cartilla lacónica en el marco de la celebración del día del maestro como una tentativa de recuperar la propia historia de los avatares y vicisitudes del magisterio nacional y en contraposición al carácter meramente religioso que tiene en Colombia el día 15 de mayo (la canonización de San Juan Bautista, fundador de la comunidad de Hermanos de las Escuelas Cristianas). De esta forma, pretendemos llamar la atención sobre un maestro público como Don Agustín Joseph de Torres que no es sólo un caso entre otros. Si bien su rostro y muchos datos de su vida nos resultan desconocidos, consiguió lo que bien puede considerarse un acontecimiento de orden pedagógico: escribir y publicar un texto para la enseñanza, una Cartilla Lacónica de las Quatro Reglas de Aritmética Práctica.

Esta Cartilla es pieza fundamental de una exposición organizada por el IDEP y el Museo Pedagógico en 2005 Paradojas del Maestro que tiene una versión virtual en las exposiciones de esta página. La cartilla digitalizada se cuenta digitalizada en la sección de manuales escolares.

Referencias bibliográficas

Martínez, A; Castro, O; Noguera, E. (1999). ). Maestro, escuela y vida cotidiana en Santafé colonial. Bogotá: Sociedad Colombina de Pedagogía- SOCOLPE.

Torres A. (1797). Cartilla Lacónica de las quatro reglas de Aritmética práctica. Santafé: imprenta patriótica.

Notas 

[1] La alusión de la cartilla Lacónica de las quatro reglas de Aritmética práctica como hecho singular de un maestro público de finales de siglo XVIII se encuentra descrito en el libro Maestro, escuela y vida cotidiana en Santafé colonial  (1999) de los autores Alberto Martínez Boom, Jorge Orlando Castro y Carlos Ernesto Noguera. Texto producido en el marco del proyecto de investigación Historia de la práctica pedagógica durante la Colonia, financiado por la Universidad Pedagógica Nacional y Colciencias.

[2]Archivo Histórico Nacional de Madrid, Sección Jesuitas, Legajo 92, documento 17.

Pieza del mes de abril de 2018: Mobiliario Escolar Antiguo

Colección mobiliario escolar Museo Pedagógico Colombiano UPN.

Con mobiliario escolar se hace referencia comúnmente a varios de los objetos de los salones de clases (estantes, bibliotecas, mesas auxiliares), sin embargo en los tratados sobre higiene del siglo XIX y XX este concepto se encuentra referido a los muebles, o cuerpos de carpintería, destinados al uso de los estudiantes, es decir a las mesas y los bancos que sirven a los alumnos para los ejercicios de escritura principalmente (Alcántara, 1912). En las escuelas de habla hispana, a estos muebles se le conoce como pupitre palabra que proviene del latín pulpitum, referida al púlpito, lugar utilizado en las iglesias para leer las Sagradas Escrituras y llevar a cabo la predicación.

Solo a mediados del siglo XIX en Europa, se empiezan a construir modelos uniformes de muebles para las escuelas y en América hasta la primera década del siglo XX. Uno de los primeros documentos en España que se relaciona con mobiliario o menaje escolar es el Reglamento de las Escuelas Públicas de 1838 en donde se señala que:

Las mesas de escribir [deben] ser largas y estrechas (de 16 a 18 pulgadas de anchura), con la conveniente inclinación para que puedan trabajar los niños con comodidad […] y a distancias proporcionadas sobre la parte superior de las mesas, se fijaran tinteros de modo que uno de ellos pueda servir para los discípulos (Reglamento de los Escuelas Públicas de España, 1838, Art. 6. Citado por Juárez, 1999, p. 61).

Algunas escuelas del siglo XIX en Europa, incluso hasta el siglo XX en América, el banco de madera destinado para los estudiantes conservaba el mismo diseño de los bancos de madera de la iglesia. El diseño de estos bancos no incluía espaldar, tenía espacio para tres o más niños y su disposición en el aula era también similar al del templo, a excepción de los lugares destinado para las niñas en la periferia del salón como se observa en la pintura de Anker de 1849.

Escuela de pueblo en 1848. Óleo de Albert Anker (1831-1910) Museo de Arte de Berna.

Otro modelo de pupitre similar al de la iglesia era empleado en las escuelas de enseñanza mutua o lancasterianas (1845), los escritorios eran comunes para toda la fila y medían aproximadamente de 2,5 metros y estaban ubicados a un metro de distancia unos de otros. Cada alumno tenía entonces cerca de 30 cm de escritorio a su disposición. Los asientos eran banquitos con un tope superior de 20 X 15 Centímetros.

Método británico de educación lancasteriana. (1816). Obsérvese al monitor de alumnos enseñando a los miembros de su escuela. Fuente: https://picryl.com/media/lancaster-frontispice-9ace68

El diseño de mobiliario escolar en Colombia empieza a ser regulado por el discurso de la higiene, como es posible identificarlo en la tesis de Aldana (1921) en donde señala que “el mobiliario escolar decide el porvenir físico del niño y por consiguiente debe ponerse cuidado especial en su construcción” (p: 14), postura que determina la implementación de especificaciones precisas para su diseño, más allá de criterios estéticos y prácticos con que se elaboraban en las carpinterías, los cuales empezaron a suscitar una serie de críticas:

La actual mesa de nuestras escuelas es demasiado larga; permite la acumulación de muchos niños, los cuales se apiñan unos contra otros haciendo demasiado difícil la escritura. El banco está muy separado del asiento en la generalidad de los casos, lo que obliga a los alumnos a sentarse en la orilla, con el cuerpo inclinado hacia delante; de esto resulta una curvatura dorsal, la compresión de los órganos abdominales perturbando la circulación y el trabajo intelectual (p: 14-15).

Otra crítica que predominó durante varios años fue que el mobiliario escolar de las escuelas rurales, no contaban con las condiciones necesarias como se afirma: “la mayor parte sólo cuenta con un tablero mal construido y sin barniz, los niños permanecen la mayor parte del día encerrados en un cuarto reducido y oscuro y sentados sobre un adobe o sobre un tarima” (Cély, 1925). De otro lado, este mobiliario era insuficiente para la cantidad de estudiantes que asistían a las escuelas rurales, al respecto se declara “conozco una escuela rural con veinte a veinticinco alumnos de asistencia media, donde todo el mobiliario consiste en una banca-mesa […], una casi-mesa y el taburete de la maestra” (Jácome, 1935).

De acuerdo con Noguera, a mediados de 1930 los locales escolares carecían de las condiciones higiénicas y pedagógicas mínimas, además, el mobiliario escolar era extremadamente inadecuado. Condición expuesta en los Informes del director de Educación del Departamento de Cundinamarca:  

«Aún en 1935 el jefe del Servicio Médico Escolar de Bogotá se quejaba de la ausencia de bancos suficientes, motivo por el cual los niños se veían obligados a sentarse en número de seis a ocho en bancos destinados sólo a cuatro personas. En varias escuelas, ante la carencia de pupitres, los niños tenían que recurrir a ladrillos o a sus prendas de vestir que, dobladas, colocaban sobre el suelo a modo de asiento. Pero no sólo era la escasez de bancos, como anotara el médico escolar, a ello había que agregar sus pésimas condiciones: bancos sin espaldar alguno, con madera imperfecta, pupitres iguales en los cuales debían acomodarse niños de todas las edades y tallas, o asientos pequeñísimos que no correspondían a la altura de la mesas destinadas a grupos.» (Del Corral, 1935: 58).

Mobiliario escolar unipersonal. (ca. 1920). Fuente: Museo Pedagógico Colombiano.

Como resultado de las críticas al mobiliario escolar, se establecieron una serie de reglas básicas que debían tener en cuenta la anatomía del niño para su fabricación. En este sentido, el mobiliario debía posibilitar que: “la cabeza esté derecha y bien equilibrado sobre la columna vertebral, la frente ligeramente inclinada y los ojos separados del libro por lo menos 35 centímetros; los omoplatos a la misma altura en línea horizontal […]” (p:15). Situación que produjo la implementación de pupitres unipersonales como los que se utilizan en la actualidad.

 

Referencias:

Aldana, L. (1921). Algo sobre higiene escolar. Bogotá: Imprenta de San Bernardo.

Noguera Ramírez, C. E. (2012). La reforma educacionista en Bogotá 1920-1936: ¿instruir, educar o higienizar al pueblo? / Carlos Ernesto Noguera. En Historia de la educación en Bogotá.

Del Corral, A. (1935). Informe del director de Educación del Departamento al señor gobernador de Cundinamarca. Bogotá: Imprenta del Departamento.