El libro nace con motivo de la aparición del número 25 de la Revista Cabasy recopila las reflexiones y opiniones personales, de especialistas que han colaborado con Cabás a través de diferentes temáticas, para también, valorar las contribuciones que se han venido haciendo durante años en relación con la difusión del conocimiento ligado al estudio del patrimonio histórico educativo acerca del nacimiento y posterior desarrollo de las investigaciones en sus respectivas áreas y sobre el papel desempeñado por Cabás en su difusión.
La obra contó con la participación de varios autores/as, estudiosos del patrimonio histórico educativo y/o vinculados al mismo desde diferentes perspectivas; y al hilo de la publicación del número 25 de Cabás, la dirección de la misma ha querido hacer una parada de reflexión sobre los distintos temas tratados en la revista desde sus inicios.
Estimados/as colegas y visitantes, el próximo 16 y 17 de junio de 2021, en Berlanga de Duero (España), tendrá lugar el Simposio Internacional sobre retos y desafíos de la Investigación Histórico Educativa en manuales escolares en el siglo XX.
Adjuntamos el programa del Simposio, e invitamos también a que hagan extensiva esta invitación a quienes consideren puedan estar interesados.
Como pieza del mes, hemos elegido la selección de Textos Escolares G. M. Bruño de la colección de manuales escolares que pertenecen al Fondo Documental del Museo Pedagógico Colombiano. Conjunto de libros muy famosos que incluyeron diferentes saberes y disciplinas de la enseñanza escolar que comprendían temáticas variadas; y que están registradas en cerca de 150 obras, las cuales entre 1910 y 1960, tuvieron gran incidencia e impacto en Colombia y en otros países latinoamericanos como México, Ecuador, Bolivia, Perú y Argentina, no solo en lo que se refiere a la Educación, sino también a la definición de lo que sería el ‘Texto Escolar’, que a diferencia del Manual Escolar (dirigido exclusivamente a los maestros) se diseñó como un material didáctico que proporcionaba herramientas, actividades, disciplinas y procesos de la escuela que tanto maestros y alumnos podían utilizar para la enseñanza y el aprendizaje respectivamente, cambiando en este aspecto al respecto de los manuales –cuyas funciones eran exponer de forma sintética una doctrina, una didáctica o un sistema educativo, según su finalidad; y regular las prácticas de enseñanza y los saberes que circulaban en la escuela–.
La estructura de los textos escolares complementaba el proceso enseñanza–aprendizaje, ya que se fundamentaban en un lenguaje científico accesible al nivel intelectual de los alumnos a los cuales estuviera destinado, estos textos ofrecían una organización metodológica de la enseñanza que se traducía en objetivos, desarrollo de los temas, métodos instructivos e investigaciones; además debían ofrecer síntesis, resúmenes, lecturas, problemas y ejercicios complementarios, sugerencias bibliográficas relacionadas a los contenidos estudiados e incluso indicaciones para la ampliación del aprendizaje.
Textos escolares como los que pertenecen a la Colección G. M. Bruño, en su momento fueron de relevante importancia para el planeamiento de clases del profesor y la orientación de estudios de los alumnos. Incluso hoy en día es muy común encontrar antiguos textos de esta Colección en las bibliotecas de las casas de muchos colombianos.
Pero ¿Quién era G. M. Bruño, un autor, una ‘marca’ o un sello editorial?, la historia que hay bajo este pseudónimo, está relacionada con el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas más conocidos en nuestro contexto como los Hermanos de La Salle, congregación de maestros laicos fundada en 1682 por el sacerdote, teólogo y pedagogo francés Juan Bautista de La Salle (1651–1719), quién sorprendido por las condiciones de abandono de los hijos de los artesanos y de los pobres a mediados del siglo XVII, dedicó su vida a la educación, impulsando un método educativo innovador que imaginaba una escuela abierta a todo el mundo, que fuera consciente de la importancia de la educación para la mejora de las sociedades, que estuviera dotada de educadores formados y con una profunda vocación, una escuela que promoviera la dignidad del maestro y que incluyera también en el sistema educativo a las clases más desfavorecidas. Impulsado por estos motivos, fundó junto a un grupo de maestros escuelas gratuitas para niños pobres, que tenían el objetivo de ofrecerles una buena educación cristiana –por medio de catecismos y otras instrucciones apropiadas para la formación de buenos cristianos, y desde luego para la instrucción en lectura, escritura y aritmética–, y cuyo fin actualmente es la educación de la niñez y de la juventud, siempre en favor de la educación sobre los derechos de la infancia.
La labor y legado histórico de su fundador fue reconocido a mediados del siglo XX, cuando fue declarado por la Iglesia Patrono especial de todos los educadores de la infancia y de la juventud y posteriormente Patrono universal de los educadores; actualmente las actividades de su comunidad religiosa prevalecen, contando con cerca de 90.000 educadores, numerosos colaboradores, cerca de 1000 centros educativos en 79 países (que comprenden todos los niveles: educación infantil y primaria, escuela media, superior, formación profesional y universitaria) y cerca de novecientos mil alumnos, entre niños, jóvenes y adultos.
Ya descrito el contexto al que pertenece nuestra pieza del mes, hay que tener en cuenta que está comunidad religiosa se interesó desde sus inicios por la producción de textos de orientación católica para ser empleados en escuelas, según el reconocido método Lancasteriano de enseñanza mutua (simultánea) vigente en ese tiempo; y su origen fue el siguiente: se estableció a finales del siglo XIX en Francia, por los Hermanos de las Escuelas Lasallistas, es decir la Comunidad adoptó colectivamente el nombre para la impresión y publicación de los libros que fueron elaborados por diferentes Hermanos.
Por lo tanto, la tradición era que los textos publicados no se firmaban por su autor particular, sino por las iniciales del Superior General vigente, de manera que todos los libros que se escribieron, se publicaron bajo el pseudónimo de ‘G.M. Brunhes’, que hace referencia al Superior General de la Comunidad, Edmond Gabriel Brunhes (1834–1916) más conocido en el entorno Lasallista como el Hermano Gabriel-Marie Brunhes –un profesor al servicio de la enseñanza en la educación secundaria que optó por la vida religiosa– decimocuarto sucesor de San Juan Bautista de La Salle entre 1897 y 1913; por consiguiente los Hermanos retomaron su apellido y la comunidad Lasallista de España lo castellanizó a ‘Bruño’. Como resultado toda la producción de textos y ediciones escolares difundidas y distribuidas en Hispanoamérica llevan el nombre bajo la forma de G. M. Bruño, que luego en España y en América Latina se llamaría Editorial Bruño, organización de instrucción popular en sus inicios, que luego funcionaría como una empresa, la cual entre 1932 y 1996, continuó produciendo libros y alcanzando diversos reconocimientos por su obra educativa.
En el contexto educativo colombiano, para entender el impacto de producciones editoriales como las reseñadas, debemos puntualizar que estos textos escolares en general hicieron parte de un proyecto de enseñanza basado en las disciplinas científicas de la época. En consecuencia, el proceso de modernidad escolar en nuestro país comenzó a desarrollarse a finales del siglo XIX, favorecido por dos sucesos políticos: la Constitución de 1886 que dio origen a un gobierno regenerador y la Hegemonía conservadora que duró hasta 1930; entonces a finales de 1889 se designó a seis Hermanos Lasallistas para establecer la primera obra de la Comunidad de los Hermanos Cristianos de la Salle en Colombia, fundando el primer colegio de la Comunidad en Medellín en 1890, luego en 1896 crearon el Instituto de La Salle en Bogotá, posteriormente, fundaron en Barranquilla el Colegio San José, y también se fundó un Instituto en Honda. Así:
“se organizaron los colegios, las escuelas cristianas gratuitas para los niños pobres; se abrieron talleres para la enseñanza de oficios y educación práctica; y escuelas dominicales para los obreros” (Ocampo López, Javier, 201, p. 23);
paralelamente comenzó la difusión de las obras de Bruño por el territorio nacional.
“Art. 1ºLa Instrucción Pública en Colombia será organizada y dirigida en concordancia con la Religión Católica” (Ley 39 de 1903 sobre Instrucción Pública. Diario Oficial de la República de Colombia, Bogotá, Colombia, Año XXXIX. N° 11,931. 30, Pág. 1., 26 de octubre de 1903. Recuperado de: http://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?ruta=Leyes/1594188).
“Art. 10º Serán de cargo del Tesoro Nacional los gastos de la Instrucción Primaria de los territorios nacionales y los de catequización de indígenas, lo mismo que la provisión de textos de enseñanza, útiles de escritorio, etc., para las Escuelas Normales y Primarias…” (Ley 39 de 1903 sobre Instrucción Pública. Diario Oficial de la República de Colombia, Bogotá, Colombia, Año XXXIX. N° 11,931. 30, Pág. 1., 26 de octubre de 1903. Recuperado de: http://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?ruta=Leyes/1594188).
En efecto, un elemento importante de esta modernidad escolar (y la realidad sociopolítica, según ese contexto histórico) estuvo marcado por la influencia de la Iglesia, y así mismo por la difusión de textos de enseñanza elaborados con el fin de educar y desarrollar las actividades, y diferentes contenidos incluidos en los planes de estudio de las escuelas públicas de Colombia, siendo la presencia de la Comunidad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle y los libros de su Editorial factores decisivos para la construcción, transmisión y expansión del saber escolar durante buena parte del siglo XX, primero para el sostenimiento de los pensum diseñados por la Ley 39 de 1903, segundo con el auge de su distribución aproximadamente desde 1913, y finalmente cuando se consolidó el pico de difusión masiva y número de ediciones de estas obras entre 1930 y 1960.
Sobre su importancia, las numerosas y constantes producciones de textos adaptados a los requerimientos pedagógicos, promovidos por distintos sistemas educativos, que fueron publicados por ‘G. M. Bruño’ desde finales del siglo XIX; su trascendencia en nuestra educación, como instrumentos y compendios auxiliares de estudios para orientar la enseñanza de muchos alumnos; y la variedad de disciplinas escolares que comprenden su obra: álgebra, aritmética, trigonometría, física, geometría, silabarios, caligrafía, español, lengua castellana, literatura, religión, historia sagrada, ciencias naturales, historia, comportamiento social, entre otras; son claro ejemplo de su significativo aporte a nivel editorial, científico y político, de su huella en la historia de la educación hispanoamericana y por supuesto, como referencia obligada para la producción editorial masiva de contenidos escolares, labor que abarcaría más de un siglo.
Para conocer las ediciones de la colección de textos escolares G. M. Bruño, otros libros, manuales de alfabetización y demás archivos pertenecientes al fondo documental; y también los objetos e implementos escolares de la historia y la práctica pedagógica que exhibimos, convocamos a la comunidad de la Universidad Pedagógica Nacional, estudiantes, egresados, investigadores, docentes, administrativos y miembros externos de la comunidad académica, colectivos pedagógicos y a todas las personas interesadas en conocernos, apoyarnos y difundir nuestras labores, a visitarnos de lunes a viernes entre 8:00 a.m. y 4:00 p.m. en las instalaciones del Museo ubicadas en Bogotá en la calle 127 Nº 11–20, en el Instituto Pedagógico Nacional.
Palabras clave: Colección G. M. Bruño; Textos Escolares; Hermanos de La Salle; Saber Escolar; Educación; Escuela; Infancia; Enseñanza; Museo Pedagógico Colombiano.
Quiénes somos – La Salle Worldwide | lasalleorg | Rome. (2020). Instituto de los Hermanos de las Ecuelas Cristianas – La Salle. Fecha de consulta: Noviembre 9 de 2020. Desde: https://www.lasalle.org/quienes-somos/
Ocampo López, Javier. (2011). “G.M. Bruño San Miguel Febres Cordero el Hermano cristiano de los textos escolares” en: Revista Historia de la Educación Latinoamericana N. 16, Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, RUDECOLOMBIA, SHELA- HISULA pp. 15-32. Recuperado de: http://www.scielo.org.co/pdf/rhel/n16/n16a02.pdf
Ley 39 de 1903 sobre Instrucción Pública. Diario Oficial de la República de Colombia, Bogotá, Colombia, Año XXXIX. N° 11,931. 30, 26 de octubre de 1903. Fecha de consulta: Noviembre 10 de 2020. Desde: http://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?ruta=Leyes/1594188
Duque Gómez, Luisa F. (2013). La obra de G. M. Bruño: Estudio comparativo de los libros escolares de lengua castellana según criterios de primera y segunda generación. (Trabajo de grado para optar al título de licenciada en Pedagogía Infantil). Universidad Tecnológica de Pereira, Pereira. Fecha de consulta: Noviembre 10 de 2020. Desde: http://recursosbiblioteca.utp.edu.co/tesisd/textoyanexos/37132D946.pdf
Como pieza del mes, hemos seleccionado el libro Alegría de Leer (Método Ecléctico de Lectura y Escritura Simultáneas) de la colección de Manuales Escolares que pertenece al Fondo Documental del Museo Pedagógico Colombiano. Más que un importante texto escolar, fue una técnica de enseñanza –novedosa en su tiempo por su método– empleada para la formación escolar en el campo de la lectura y la escritura desde la década de 1930 en Colombia, y como reseñan estudiosos de la historia de la educación, se convirtió en uno de los primeros textos literarios exitosos en ventas y con el que aprendieron generaciones enteras de colombianos desde 1931 hasta 1965.
Como ya hemos reseñado en otras publicaciones, leer y escribir, son dos procesos básicos y esenciales para la instrucción académica y la formación del carácter de cualquier ciudadano. En este sentido las primeras Escuelas Públicas se orientaron al desarrollo de los rudimentos de la triada “Contar, Leer y Escribir”, que se incluyó en las ramas de Instrucción Pública que se institucionalizaron en el S. XIX en Colombia, no en vano los campos de la educación fueron la Lectura, la Escritura, la Aritmética -y junto a ellas la Religión-. En consecuencia, si una persona no era capaz de desarrollar estas habilidades, no podía ser un ciudadano organizado mentalmente y activo socialmente para cumplir los deberes que una sociedad en constitución y consolidación como la nuestra exigía.
Aunque ambos procesos, han estado presentes en diferentes periodos y contextos históricos y socioculturales de la humanidad, debemos tener en cuenta que los seres humanos sabían hablar desde mucho antes de que empezaran a desarrollar –al menos de forma básica– los primeros sistemas de escritura. En la historia humana primero fue lo oral y después vino lo escrito. En ese orden de ideas, la lectura es un medio oral para la compresión de información y conocimientos; y en el S. XIX, en el país se procuró la alfabetización de la población a través de la religión, y el mejor instrumento (y más efectivo) para este proyecto en cuanto a la enseñanza de la lectura se refiere, fue la Biblia, porque la Escuela Tradicional consideraba que los ciudadanos debían conocer a Dios para ser buenos cristianos. Mientras que la escritura como instrumento de comunicación –mediante un soporte físico, y signos o letras–, fue restringido en el periodo colonial americano cuando el único que desarrollaba esta labor era el escribano; más adelante otros grupos sociales, accedieron a este saber, cómo lo fueron los de familias adineradas.
Posteriormente la paulatina descentralización del dominio religioso sobre la educación, la existencia de una mayor presencia del Estado en el S. XVIII, el surgimiento de la Escuela Pública y la posterior expansión de ésta durante entre la segunda mitad del S. XIX y el S. XX, hicieron gradualmente masivo el acceso a distintos procesos de formación a un mayor número de personas, por lo tanto se empiezan a crear materiales, elementos básicos para la práctica y enseñanza de diferentes aptitudes y destrezas escolares, y por supuesto manuales y textos escolares “modernos”; y para el caso cartillas de primeras letras, silabarios y catón, como nuestra pieza del mes, que tuvo como objetivo la enseñanza de la lectura y la escritura para los colombianos, así ambas prácticas, se consolidaron como dos saberes de alcance colectivo.
Retomando la historia de Alegría de Leer, su autoría oficial está en entredicho, puesto que la historia incluso involucra un plagio de los textos originales. El “autor” que registra en el ejemplar que exhibimos en el Museo, fue Evangelista Quintana Rentería, inspector escolar del departamento del Valle del Cauca, que poseía influencia en el campo pedagógico, –y de acuerdo con estudios de historiadores y literatos– conoció a mediados de la década de 1920 en un viaje entre Popayán y Cali al verdadero autor, el educador nariñense Manuel Agustín Ordóñez Bolaños; quién había intentado publicar su obra infructuosamente, y en aquel viaje, conoció a Evangelista Quintana, este último le solicitó sus manuscritos, los cuales ojeó y leyó detenidamente durante el recorrido, con la promesa de utilizar sus influencias y amistad con el director de Educación, para hacerlos publicar.
No obstante, la realidad fue muy distinta, porque la obra efectivamente apareció publicada en 1930, pero con Evangelista Quintana y su esposa como “autor” y “coautora” respectivamente. Desde luego el nombre del “escritor” adquirió reconocimiento y así pasó a la historia bibliográfica de Colombia; de esta manera el plagio literario estuvo realizado, y hasta el 1931, el verdadero autor se entera de esto, cuando un colega suyo le revela, que: “Evangelista Quintana ha publicado unos libros de lectura, que son la misma cosa que los suyos”.
Para tener en cuenta, Alegría de Leer, no fue el primer texto para la enseñanza de la lectura escrito en Colombia, le antecedieron en 1888 la ‘Guía para la enseñanza de la lectura combinada con la escritura’ de César B. Baquero; y en 1917 la ‘Cartilla de Charry’; sin embargo, desplazó los anteriores, por varias razones, por un lado, el contexto político coyuntural por el cambio de gobierno y por otro el equilibrio de los contenidos que el texto incorporó.
Sobre la realidad política, el final de la década de 1930 representó la última etapa de la hegemonía conservadora, nos encontramos con un país que avanzaba hacia la expansión de la educación primaria y donde la idea sobre que todos los colombianos tenían que aprender a leer lograba aceptación. Luego el cambio a los gobiernos liberales significó un paso hacia la modernización del panorama nacional en diferentes campos; en el educativo, la Escuela Pública era parte esencial del proyecto y la concepción de nación liberal, y saberes como la lectura y la escritura fueron el centro de esta escuela; asimismo se buscaba la transformación de nuestra sociedad (que por mucho tiempo se fundó sobre jerarquías tradicionales y familiares) para reemplazarla por una en el que el saber y el trabajo, pudieran convertirse en riqueza, y fueran los principios oficiales del progreso social.
Referente a los contenidos del texto, éstos se alejaban del bipartidismo político que tanto daño había hecho –y seguiría haciendo– en la sociedad colombiana; y aunque eran comunes y habituales reflejaban una nueva visión de escuela y de país, ya que algunos exaltaban la religión y los valores de la familia, dos asuntos fundamentales para los conservadores; entre tanto, cuestiones como defender la tolerancia, y la igualdad moral y legal de las libertades de todos los ciudadanos, acercaban los temas del texto al liberalismo. Bajo este espíritu, Colombia estaba lista para un texto masivo y moderno, que además resultó novedoso y original en muchos sentidos; y a la luz de hoy lo concebimos como un documento de interés patrimonial en el ámbito sociohistórico.
En relación con su valor educativo y pedagógico, Alegría de Leer, propuso un método innovador, que dio un salto de la tradicional lectura silábica hacía un sistema ecléctico –de aprendizaje más rápido– basado en la comprensión integral de las frases (que se leían en un solo tiempo), las cuales usaban un lenguaje correcto y cuidadoso, y se apoyaban visualmente en extensas y coloridas ilustraciones que tenían fines didácticos; diferentes elementos que hicieron triunfar el texto, los cuales se aprovecharon para la enseñanza de la lectura elemental, el interés por despertar en los alumnos al aprecio por la literatura y que en general, daban muestra de los rasgos de la enseñanza activa y la Escuela Activa que se proclamaba desde la misma portada:
“La cartilla Alegría de Leer trajo a Colombia la Escuela Activa; lo hizo de forma tergiversada, para ajustarse a los requerimientos católicos sobre la educación. Una escuela activa se caracteriza por que los maestros son acompañantes de los niños en su proceso de aprendizaje, respetando su ritmo e intereses, por lo tanto, una educación activa propicia en cada niño el desarrollo de sus capacidades personales al máximo, para entregarle a la sociedad y aportar lo valioso de su individualidad, para transformarla. La Escuela Activa es la escuela de la acción, del trabajo de los alumnos guiados por el maestro. Ellos investigan y procesan la información, se responsabilizan conjuntamente en el proceso enseñanza – aprendizaje. En la Escuela Activa, sus aulas son alegres, dinámicas y bulliciosas, como consecuencia del trabajo creativo y productivo, en el que los alumnos tienen tanta participación como el maestro”. (Muñoz, 2013, p. 132).
Tan destacada fue esta propuesta, que colegas, referentes de la pedagogía a nivel mundial y personalidades de la política nacional, lo destacaron de la siguiente forma. El educador Tomás Maya, en el artículo “La caja de Lectura del maestro Ordoñez” publicado en junio de 1927, resaltaba sobre el trabajo del autor:
“El maestro Ordóñez, es el primero que realiza el verdadero sistema de lectura por palabras normales, lo que da por resultado necesario la lectura ideológica, única sensata para satisfacer lo dispuesto en el Artículo 53 del Decreto 491 de 1904, que dice: “El objeto esencial de la enseñanza primaria es el desarrollo en el niño del conjunto de sus facultades mentales. Las materias del programa deben enseñarse de manera que tiendan a perfeccionar dichas facultades y a procurar insensatamente en los niños la espontaneidad del pensamiento” … Ordóñez forma en el cerebro del niño, primero las imágenes (ejercicios de dibujo), enseña los objetos (ejercicio de percepción), con hábiles lecciones objetivas (caudal de ideas), y ofrece en seguida los signos integrales con los que hace la cámara la reconstrucción de las ideas para formar luego el juicio…” (Muñoz, 2013, p. 125).
El orador José Manuel Saavedra Galindo, por medio de una carta de 1928, indicaba:
“Tengo guardados su equipo de letras en cubos y su método de enseñanza a leer, para que por ellos aprenda a leer mi tercera niña –Alba– la ahijada del poeta Valencia. Me parece que es el mejor elogio que le puedo hacer a su obra creadora de maestro. Concuerda ella con los preceptos de los grandes genios de la instrucción primaria, con Pestalozzi, que solo enseña a aprender; con María Montessori, que enseña jugando con el niño; con Decroly, que concentra en una las nociones fácilmente convergentes…” (Muñoz, 2013, p. 125).
Ovide Decroly, importante pedagogo y profesor belga, tuvo la oportunidad de conocer el trabajo del maestro Ordoñez, en la visita que hizo en 1925 a Bogotá, y en el diploma de Ordoñez Bolaños consigno de su puño y letra, el siguiente testimonio:
“Yo admiro el método inteligente empleado por el Sr Manuel Agustín para enseñar la lectura. El procedimiento puede perfectamente asociarse al sistema ideovisual o globa que yo preconizo” (Muñoz, 2013, p. 127).
Mientras que, a nivel político, la obra también tuvo resonancia, y al respecto Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno y precursor de la llegada al país de la Escuela Activa, escribió en el diploma de Ordoñez:
“Me asocio con especial agrado a lo dicho sobre el sistema de lectura del Sr. Ordóñez por mi maestro y amigo el Dr. Decroly.” (Muñoz, 2013, p. 127).
Resaltamos el legado de esta joya de la literatura educativa colombiana, no solo como un instrumento para la enseñanza de la lectura y la escritura elemental durante buena parte del S. XX, es decir una herramienta para la transmisión de saberes; sino también, como un objeto de recordación y ‘detonante’ de la memoria colectiva de una generación de colombianos… un ‘movilizador’ de identidad nacional. Incluso pensamos que ayudo a cimentar la mentalidad del ciudadano colombiano desde la infancia, porque no solo se trataba de enseñar las primeras letras a los niños; el aprendizaje a través del texto les insinuaba que siempre leer además ocasionaría alegría, es decir, fundamentó un sentido amable y constructivo de la vida en le época.
Para conocer y consultar el libro Alegría de Leer, otros textos, manuales de alfabetización y demás archivos pertenecientes al fondo documental; y también los objetos de la historia y la práctica pedagógica que exhibimos, convocamos a la comunidad de la Universidad Pedagógica Nacional, estudiantes, egresados, investigadores, docentes, administrativos y miembros externos de la comunidad académica, colectivos pedagógicos y a todas las personas interesadas en conocernos, apoyarnos y difundir nuestras labores, a visitarnos de lunes a viernes entre 8:00 a.m. y 4:00 p.m. en las instalaciones del Museo ubicadas en Bogotá en la calle 127 Nº 11–20, en el Instituto Pedagógico Nacional.
Pérez Silva, Vicente. Ventura y desventura de un educador. Bogotá: Ediciones Amigo Sol. Corporación La Cruz del Mayo, 2001.
Muñoz Bravo, José. (2013). La alegría de leer. Técnica original del educador Manuel Agustín Ordóñez bolaños. Revista Historia De La Educación Colombiana, 16(16), 119-139. Recuperado a partir de https://revistas.udenar.edu.co/index.php/rhec/article/view/1742
Botero, Mary Luz. (2014) La “Alegría de leer”: cartilla escolar con estatus patrimonial. Conservación y nuevos modos de circulación de un lugar de memoria. Revista Interamericana de Bibliotecología, vol. 37, n° 3, pp. 251-262. Recuperado a partir de: http://www.scielo.org.co/pdf/rib/v37n3/v37n3a5.pdf
1932, La Alegría de Leer. (2020). Fecha de consulta: 14 Abr. 2020. Desde: https://issuu.com/aniquilo/docs/1932_-_la_alegria__de_leer
El Tiempo. (1992). Clave 1930 – Lanzamiento Alegría de Leer. Fecha de consulta: 15 Abr. 2020. Desde: https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-77026
Credencial Historia No. 110. (1999). Los 10 Libros del Siglo XX en Colombia – Alegría de leer. Fecha de consulta: 17 Abr. 2020. Desde: https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-110/alegria-de-leer
Páez Escobar, Gustavo. (2019). El verdadero autor de la Alegría de leer. Fecha de consulta: 13 Abr. 2020. Desde: https://www.eje21.com.co/2019/02/el-verdadero-autor-de-la-alegria-de-leer/
Centro virtual de Memoria en Educación y Pedagogía -IDEP- (2015). La Alegría de Leer. Fecha de consulta: 13 Abr. 2020. Desde: http://www.idep.edu.co/wp_centrovirtual/?p=3082
Como pieza del mes de octubre hemos seleccionado el cuaderno escolar que pertenece a la colección de implementos escolares de la enseñanza de la escritura del Museo Pedagógico Colombiano. Objeto de manufactura industrial, fabricado de papel en Bogotá en la década de 1940, por la tienda de útiles para escuela y colegios “Herrera Hermanos” y que se usa para tomar notas, y almacenar y organizar información de diferente índole.
Recordemos la escritura como un proceso fundamental en la formación de ciudadanos activos para la sociedad, y que por varios siglos su ejercicio fue restringido, como en el periodo colonial americano cuando únicamente el escribano desarrollaba esta labor; más adelante también otros grupos sociales accederían a este saber cómo por ejemplo los de familias adineradas.
Al descentralizarse lentamente el dominio religioso sobre la educación, existir una mayor presencia del Estado en el S. XVIII y con el surgimiento de la escuela pública, la escritura comienza a constituirse como un saber al alcance de un mayor número de personas. Con la expansión de la escuela y el acceso colectivo a la escritura se empiezan a crear materiales y elementos básicos para materializar el proceso de escritura de los escolares de la época, esto desde la segunda mitad del S. XIX con las pizarras en piedra y los pizarrines (para escribir en esta), y hasta la segunda década del S. XX, cuando hace su aparición el cuaderno escolar, como formato para la escritura.
Considerando que hace más de 5000 años el hombre invento la escritura, los primeros vestigios y huellas de las escrituras dejadas por los primeros individuos y grupos humanos aún los encontramos en soportes como madera y piedra; luego en el año 3000 a.C. se escribiría sobre papiro y otros medios elaborados a partir de materiales vegetales, esto en el Antiguo Egipto. En el periodo grecorromano, junto al papiro, el pergamino elaborado a partir de pieles animales gozaría de gran popularidad hasta la Edad Media.
La tradición histórica considera que el primer proceso de fabricación del papel fue desarrollado en la China, en el S. II a. C., técnica que se expandió por parte de Asia alrededor del 750, y que también llegaría al mundo árabe, siendo ellos quienes lo introducen en España en el S. XI, estableciéndose en el año 1056 la primera fábrica de papel europea. A partir de este momento se difundió el proceso al Mediterráneo europeo, desde donde se propaga por todo el continente.
A partir del S. XV, la aparición de la imprenta generó un aumento del uso del papel, pero fue hasta 1840 que se fabrican diferentes materiales que sustituirían al papel, como el resultante de la pulpa del proceso mecánico de trituración de madera, y en 1850 con el primer proceso químico. Desde entonces el papel se ha convertido en uno de los productos emblemáticos de la cultura humana, elaborándose no solo de trapos viejos o algodón sino también de gran variedad de fibras vegetales.
El cuaderno en el formato que conocemos hoy, fue inventado en 1902 en Australia por J.A. Birchall propietario de la librería, antigua editorial y luego empresa de suministros educativos y papelería Birchalls Ltd., con sede en la isla de Tasmania, que funcionó desde 1844 y hasta el año 2017. Denominado por su inventor como Silver City Writing Tablet (la tableta de escritura de Silver City).
A pesar de no tener una gran aceptación al momento de su invención, fue él mismo quien fabricó el primer bloc de notas o libreta comercial, cuando se le ocurrió unir –de forma ordinaria– varios folios o papeles junto a una cartulina, en lugar de dejarlo como hojas sueltas, para conformar lo que hoy llamamos cuaderno.
Pese a que América Latina los primeros cuadernos aparecieron durante la segunda mitad del siglo XIX, es hasta el periodo comprendido entre 1920 y 1930, cuando comienza la producción de los primeros para las aulas escolares de nuestro país. Periodo que coincidió con el auge de la industria manufacturera en Colombia conformada en sus inicios por empresas cementeras, de producción de textiles y por fábricas productoras de tabaco y de bebidas alcohólicas. Las dos últimas en su momento fueron las industrias que apoyaron económicamente las labores de escuela. Por este motivo –y como dato curioso– éstas industrias tenían derecho a imprimir sobre las portadas de esta serie de primeros cuadernos, publicidad que inducía al consumo de cigarrillos y alcohol, característica que daría mucho de qué hablar si sucediera actualmente, sin embargo recordemos que hoy día una parte de los impuestos pagados por la industria de licores, entre otras se invierten en la educación del país.
Debido a los altos costos de la producción del papel para la fabricación de los cuadernos escolares, los primeros cuadernos utilizados como el que exhibimos en nuestro Museo solo tenían 10 hojas (20 páginas) para tomar apuntes ya que a inicios del S. XX en Colombia, el papel era un recurso muy escaso y de alto valor económico, situación que –a pesar de los problemas de salud e higiene– prolongo el uso de la pizarra de piedra en las escuelas rurales hasta mediados del S. XX.
Además tener un número tan reducido de hojas respecto a los cuadernos que usamos actualmente que tienen desde 50 y hasta 250 hojas, en los cuadernos de la época identificamos la existencia de limitaciones didácticas por el poco espacio para anotar y así mismo el concepto de la “economía de la escritura”, en el que el estudiante de la época debía determinar cuál información registraba y cual no, según sus intereses escolares, procesos de estudio y las formas en que cada uno organizaba la información, esto con el objetivo de facilitar y consolidar los procesos de aprendizaje de ideas y conceptos.
Pese a que la inserción del cuaderno en parte fue apoyada y reforzada como una de las reformas de algunos representantes de la Escuela Nueva para optimizar el funcionamiento de la escuela y transformar la experiencia educativa, la condición ya descrita del espacio limitado llevaron al maestro y al estudiante a realizar sus labores en el marco de una tipología de escuela más moderna pero con la coexistencia de algunas prácticas de la denominada Escuela Tradicional, ya que la relectura y reflexión sobre lo escrito, se basó únicamente sobre los pocos apuntes realizados en estos primeros cuadernos y la transmisión de conocimientos nuevamente, se dio a través del uso efectivo de la memoria y la escritura a partir de lo que se hubiese transcrito.
Sumado al proceso de higienización de la escuela por motivos de salubridad y a las innovaciones metodológicas propias de unos modelos pedagógicos que evolucionaban en esa época, cuando la producción del papel fue masiva en diferentes partes del mundo, su fabricación fue mucho más económica, por lo que su uso se masificó aceleradamente y en poco tiempo el cuaderno único escolar en el contexto latinoamericano pasó a un ser un material indispensable como soporte de la memoria y el aprendizaje, y como herramienta para la circulación y transcripción de información y saberes a través la escritura en las escuelas de todo el mundo. Finalmente, sobre el papel es otra cosa, guarda todo lo que se le confía, y como dice el viejo refrán: «la palabra vuela y lo escrito queda«[1].
Hoy en día como Museo entendemos la importancia de los cuadernos escolares antiguos como una fuente histórica interesante para comprender los procesos personales y autónomos de cada estudiante para la adquisición de conocimientos y su relación con la historia de la infancia, la historia de la educación y el desarrollo de la caligrafía y la cultura escrita, y así mismo como un elemento cultural y documental para la reflexión académica, la labor pedagógica y el contexto educativo.
Para conocer el cuaderno escolar, otros objetos de la historia y la práctica pedagógica, y los archivos pertenecientes al fondo documental que exhibimos en el Museo Pedagógico Colombiano, convocamos a la comunidad de la Universidad Pedagógica Nacional, estudiantes, egresados, investigadores, docentes, administrativos y miembros externos de la comunidad académica, colectivos pedagógicos y a todas las personas interesadas en conocernos, apoyarnos y difundir nuestras labores, a visitarnos de lunes a viernes entre 8:00 a.m. y 4:00 p.m. en las instalaciones del Museo ubicadas en Bogotá en la calle 127 Nº 11–20, en el Instituto Pedagógico Nacional.
Catálogo general del Museo Pedagógico Colombiano. (2017). Sin publicar
[1] Verba volant, scrīpta mānent, es una cita latina tomada de un discurso de Cayo Tito al senado romano, y significa «las palabras vuelan, lo escrito queda». Se resalta con ella la fugacidad de las palabras, que se las lleva el viento, frente a la permanencia de las cosas escritas. En español se dice: lo escrito, escrito está y a las palabras se las lleva el viento. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Verba_volant_scripta_manent
Como pieza del mes de agosto hemos seleccionado la Cartilla Nacho –Libro Inicial de Lectura– de la colección de Manuales Escolares perteneciente al Fondo Documental del Museo Pedagógico Colombiano. También llamado “Nuevo Silabario Nacho”, es una cartilla de fabricación industrial empleada en la enseñanza de la lectura durante la década de los años 70’s en Colombia y teniendo gran cobertura en América Latina.
Para contextualizar, la lectura es un proceso básico e imprescindible en la formación académica y la configuración de carácter de cualquier ciudadano, en este sentido la escuela pública en un principio estuvo orientada por el desarrollo de los fundamentos de la triada “Contar, Leer y Escribir”, que se incluyó en las diferentes ramas de instrucción pública que se institucionalizaron en el siglo XIX en Colombia, no en vano las tres ramas de la educación durante este siglo fueron la lectura y escritura, la aritmética y la religión. Se aseguraba entonces, que si una persona no era capaz de desarrollar las habilidades de la triada, no podía ser un ciudadano organizado, activo y eficiente para cumplir los deberes que una sociedad en constitución y consolidación como la nuestra le exigía.
El ejercicio de la lectura ha estado presente en diferentes periodos de la historia de la humanidad, y nos habla de prácticas sociales de los hombres en la sociedad y de contextos políticos, socioculturales y coyunturales específicos del pasado.
En la antigüedad aproximadamente hace 5000 años la lectura se hacía a partir de los primeros jeroglíficos, mientras que hace 3500 años aparecieron los alfabetos fonéticos más antiguos.
Entre el S. II y el IV, la introducción del pergamino permitió la redacción de obras compuestas por varios folios que podían guardarse juntos y leerse consecutivamente. Alrededor del S. X las palabras se escribían una tras otra, sin espacios en blanco ni puntuación (Scriptio continua[1]):
Entre la Edad Media y el Renacimiento, los temas para el material de lectura no eran libres ya que la Iglesia Católica censuró muchos libros y documentos, tanto que esta Institución por medio de licencias determinaba que material se imprimía y cual era de libre circulación o por el contrario se prohibía –por estar en contra de sus ideas–. Esta clase de censura, también se aplicó en otros periodos de la historia a muchos documentos y obras que tuvieran alguna intención didáctica o política.
En territorio europeo, durante el S. XVIII la lectura se convirtió en una actividad de muchas personas, ejemplo de esto, hasta la Primera Guerra Mundial los obreros, leían en voz al alta las denominadas Novelas por entregas[2]. Por tanto, en Europa, la lectura oral, el canto y la salmodia –cantos de salmos– ocuparon un lugar central en la vida cotidiana de los ciudadanos, como también, lo fue para la cultura de masas este tipo de Novelas.
Durante el siglo XIX, la mayor parte de los países occidentales como por ejemplo los de nuestro contexto geográfico procuraron la alfabetización de su población a través de la religión, y el mejor instrumento para este proyecto y el que tuvo mayor efectividad en cuanto a la enseñanza de la lectura en la población fue la Biblia, considerándose que uno de los derechos de los individuos era ser capaz de leer las Sagradas Escrituras; de manera que la Escuela Tradicional en Colombia consideraba que un buen ciudadano debía conocer a Dios para ser un buen cristiano, y saber leer y escribir correctamente.
Actualmente el acceso a materiales de lectura de diferentes temáticas y en distintos idiomas, se ha masificado y las formas de acceder a éstos también, ya que existen diferentes formatos además del físico, teniendo entonces material que podemos leer en línea, libros electrónicos, libros digitales y libros virtuales. Además, la lectura sigue muy vigente como uno de los principales medios por los cuales la sociedad recibe información (incluso sea por medio de una pantalla), condición que se consolidó, a partir de la Revolución Industrial (1760-1840), ya que antes de ésta la gente alfabetizada era un pequeño porcentaje de la población en cualquier nación.
Retomando la historia de nuestra pieza del mes, respecto a su autoría se manejan dos versiones, una fuente señala como autor en 1972 a Jorge Luis Osorio Quijano director de Susaeta, ediciones & cía. Ltda., empresa colombiana que desde “Hace más de Cincuenta años, en todos los países de Latinoamérica y del Caribe, ha desarrollado materiales pedagógicos y didácticos para Docentes de Calidad, siempre inspirados en los más altos estándares, que buscan alcanzar la Excelencia Educativa”[3]; mientras que otra fuente indica que el autor o ideólogo de la cartilla es un maestro dominicano de los años 60 llamado Melanio Hernández.
Redactado inicialmente desde el ‘Método de palabras normales’, este libro para alfabetizar se fundamenta según palabras del maestro dominicano Melanio Hernández: “en que para una palabra tiene sentido para un niño, mientras que una sílaba no”[4]. De manera que en su interior se escribieron palabras y oraciones que pudieran ser recordadas y comprendidas fácilmente por los maestros y estudiantes de la década de los 70, que es cuando hace aparición la cartilla.
Sobre la estructura de Nacho, las páginas iniciales comienzan con ejercicios manuales basados en el dibujo de líneas, para luego identificar visualmente la forma y el símbolo de cada vocal mediante ejemplos gráficos de diferentes elementos, y finalizar con ejercicios de caligrafía de cada símbolo, desarrollando gradualmente la psicomotricidad y el desarrollo de habilidades, destrezas y la adquisición de hábitos y aptitudes de escritura para alcanzar el nivel de éxito en el aprendizaje del niño; como también la posibilidad de tejer relaciones y asociar cada vocal, cada palabra y cada elemento que ejemplifique las mismas.
En las siguientes páginas presenta diferentes palabras y fonemas relacionados con temas comunes a la vida escolar y familiar, con ilustraciones a todo color para centrar la atención y lograr una mejor visualización y entendimiento de las letras, vocablos o expresiones que están escritas y también para facilitar la asociación de estos conocimientos básicos con los diferentes entornos. Esta parte de la cartilla, se complementa con ejercicios de escritura y lectura, donde se copian, repiten o transcriben frases sencillas, esto para corregir y consolidar la correcta escritura.
La parte final la cartilla, destaca algunos párrafos cortos con los que se espera que el niño practique la lectura básica, y reúne algunos cuentos, fábulas y poesías infantiles; textos elementales sobre identidad nacional con temas como la bandera, el escudo, el día de la independencia; y textos sobre temas cotidianos como el aseo y la escuela, entre otros de diferentes temáticas como festividades, lugares, animales, etc.
De manera que el objetivo principal de Nacho, es iniciar a los niños en el ejercicio de la lectura y la escritura, y fomentar la práctica de éstos procesos de comprensión y transmisión de información o ideas, a través de un conjunto de ejercicios prácticos que se materializan en la cartilla teniendo como apoyo el concepto de ‘alfabetización visual’, el cual se sustenta en el uso de imágenes para la enseñanza de la lectura y escritura, y con el que también se pretende crear consciencia en los niños de que se puede leer no solo lo que está escrito a través de palabras sino también el ambiente, lugar y contexto donde se habita, y de esta manera propiciar procesos de significación completos y procesos de construcción humana para la representación de la realidad.
Destacamos el legado dejado por esta joya de la educación como instrumento de iniciación para la enseñanza de la lectura y la escritura básica en el S. XX, sin embargo consideramos que Nacho debería estar más adaptada en sus contenidos a la realidad colombiana o latinoamericana de hoy día. Pese a que su contenido sigue intacto como en su primera edición, y en parte está “descontextualizado” y no responde a las dinámicas socioculturales contemporáneas ni a muchas de las realidades a las que se enfrentan los infantes, hoy en día muchos maestros, padres y niños de los primeros grados de primaria aún utilizan este libro para enseñar, aprender y afianzar conocimientos.
Para conocer la Cartilla Nacho –Libro Inicial de Lectura–, otros libros, manuales de alfabetización y demás archivos pertenecientes al fondo documental, y los objetos de la historia y la práctica pedagógica, convocamos a la comunidad de la Universidad Pedagógica Nacional, estudiantes, egresados, investigadores, docentes, administrativos y miembros externos de la comunidad académica, colectivos pedagógicos y a todas las personas interesadas en conocernos, apoyarnos y difundir nuestras labores, a visitarnos de lunes a viernes entre 8:00 a.m. y 4:00 p.m. en las instalaciones del Museo ubicadas en Bogotá en la calle 127 Nº 11–20, en el Instituto Pedagógico Nacional.
Catálogo general del Museo Pedagógico Colombiano. (2017). Sin publicar.
InformativosTA (2019). Autor dominicano del libro “Nacho” cuenta cómo le surge la idea. [Video] Fecha de consulta: Agosto 8, 2019. Desde: https://www.youtube.com/watch?v=wSSGt-wKo80
Chica Salazar, A., Rivera, L. and Bermúdez Montaño, S. (2017). Las representaciones sociales sobre la cartilla “Nacho Lee” en los niños y niñas de primero de primaria de la Institución Educativa Alfonso López Pumarejo. Licenciatura. Universidad Tecnológica de Pereira.
[2]Novela por entrega, designa una forma comercial de presentar la novela, tratándose de una creación fragmentada que se va entregando sucesivamente al lector. Fue una corriente de la literatura narrativa que captó la atención de un amplio sector lector, llegando incluso a capas sociales poco habituadas a la lectura. Fuente: https://prezi.com/a8ewbnbocqw0/novela-por-entrega/
[4] InformativosTA [informativosteleantillas]. (2015, septiembre 8). Autor dominicano del libro “Nacho” cuenta cómo le surge la idea. Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=wSSGt-wKo80
Para el mes de mayo, mes en que conmemoramos al maestro en nuestro país, escogimos esta “lacónica” cartilla de 22 páginas, publicada en 1797, porque se trata del primer texto de carácter didáctico publicado por un maestro en el territorio de lo que es hoy Colombia. La cartilla, como lo mencionan los investigadores Martínez, Castro y Noguera (1999, p. 109), “constituye un acontecimiento discursivo sin precedentes para aquel momento, en el que el acto de escribir estaba restringido a una preclara élite, y la circulación de impresos, celosamente controlada por el poder civil y eclesiástico”[1]. Su autor, don Agustín Joseph de Torres, encarnó el ideal del maestro como intelectual en la medida en que, a pesar de sus precarias condiciones laborales, a pesar de sus “urgencias lloradas” (como él mismo llamaba a su injusta situación que lo mantuvo a lo largo de su vida laboral como una especie de mendigo de un salario), consiguió escribir una cartilla, obtener el permiso para publicarla por parte de las autoridades virreinales y eclesiásticas y, además, financiarla de su propio peculio.
Don Agustín Joseph de Torres, nombrado maestro desde diciembre 13 de 1775, fue el cuarto maestro de la escuela de San Carlos de Santafé, primera escuela pública de la ciudad y de todo el Virreinato. Dicha escuela fue el lugar donde, por más de cuatro décadas, don Agustín procuró, como él decía, “la más perfecta educación en costumbres, letras e instrucción de la Religión”. Así aparece de su pulso y letra en uno de los expedientes del Archivo Nacional Histórico de Madrid[2], el registro de su voz, como una entre otras de muchos otros maestros que en el Virreinato de la Nueva Granada escribieron, antes que cartillas o materiales escolares, sendos expedientes con los que reclamaban el justo pago de su salario o el aumento del mismo para no perecer ahogados en sus “urgencias lloradas”.
El trabajo de don Agustín Joseph con su cartilla representa el saber de la aritmética práctica, saber derivado de las necesidades de vida cotidiana de la Santafé colonial con su naciente actividad mercantil en el que la aritmética tenía una función primordial en la resolución de problemas domésticos y comerciales. Como lo señala el propio maestro Torres, la cartilla tenía como propósito que “la puerilidad tenga algunos principios de instrucción en beneficio del bien público” (Torres, 1797, p. 1) dada la escasa instrucción de la gran mayoría de la población en esta materia.
Se conmemora la publicación de esta cartilla lacónica en el marco de la celebración del día del maestro como una tentativa de recuperar la propia historia de los avatares y vicisitudes del magisterio nacional y en contraposición al carácter meramente religioso que tiene en Colombia el día 15 de mayo (la canonización de San Juan Bautista, fundador de la comunidad de Hermanos de las Escuelas Cristianas). De esta forma, pretendemos llamar la atención sobre un maestro público como Don Agustín Joseph de Torres que no es sólo un caso entre otros. Si bien su rostro y muchos datos de su vida nos resultan desconocidos, consiguió lo que bien puede considerarse un acontecimiento de orden pedagógico: escribir y publicar un texto para la enseñanza, una Cartilla Lacónica de las Quatro Reglas de Aritmética Práctica.
Esta Cartilla es pieza fundamental de una exposición organizada por el IDEP y el Museo Pedagógico en 2005 Paradojas del Maestro que tiene una versión virtual en las exposiciones de esta página. La cartilla digitalizada se cuenta digitalizada en la sección de manuales escolares.
Referencias bibliográficas
Martínez, A; Castro, O; Noguera, E. (1999). ). Maestro, escuela y vida cotidiana en Santafé colonial. Bogotá: Sociedad Colombina de Pedagogía- SOCOLPE.
Torres A. (1797). Cartilla Lacónica de las quatro reglas de Aritmética práctica. Santafé: imprenta patriótica.
Notas
[1] La alusión de la cartilla Lacónica de las quatro reglas de Aritmética práctica como hecho singular de un maestro público de finales de siglo XVIII se encuentra descrito en el libro Maestro, escuela y vida cotidiana en Santafé colonial (1999) de los autores Alberto Martínez Boom, Jorge Orlando Castro y Carlos Ernesto Noguera. Texto producido en el marco del proyecto de investigación Historia de la práctica pedagógica durante la Colonia, financiado por la Universidad Pedagógica Nacional y Colciencias.
[2]Archivo Histórico Nacional de Madrid, Sección Jesuitas, Legajo 92, documento 17.